Antes de empezar, quiero comentar que provengo de una familia profundamente arraigada a sus creencias religiosas, y aunque yo no he sido una fiel practicante, siempre he mantenido la fe en ese dogma.
Durante mucho tiempo pensé que ese era el único camino posible para conectar con lo espiritual, hasta que me llego el primer despertar.
Durante el año 2020, la vida se me dio la vuelta. El Covid trajo miedo y una incertidumbre que me toco muy de cerca: una situación personal muy difícil me obligó a replantearme todo. Fue uno de esos momentos en los que te preguntas ¿Quién soy realmente?
No fue una experiencia “romántica” de iluminación ni un despertar instantáneo: fue lento, prolongado y algo caótico. Empecé a buscar respuestas donde podía. Al principio eran cosas pequeñas: meditaciones, vídeos, audios que prometían calmar la mente. 🧘🏻Recuerdo que escuchaba audios subliminales de un autor que me ayudaban a relajarme… sin saber que algunos contenidos estaban interferidos por entidades. Fue una época de prueba y error, de abrir puertas sin saber bien qué había detrás.
Poco después llegó el Reiki, otra puerta que abrí sin saber bien a que me exponía. La primera vez que me dieron una sesión sentí algo distinto: no solo alivio físico sino una especie de permiso interno para parar. El Reiki me enseñó a poner atención al cuerpo, a notar que las emociones también se alojan en lo físico. Empezó a abrirse un canal: escuchar el cuerpo para entender el alma. Gracias al Reiki, descubrí que alrededor de nuestro aura tenemos larvas, entidades, y parásitos astrales que nos roban y nos drenan la energía.
Desde ese momento, mi búsqueda se volvió más intensa y profunda. 🔍 Me formé en Reiki y descubrí los registros akáshicos, llegando incluso a tomar cursos para aprender a leerlos por mí misma. Sin embargo, en ese entonces realizaba todas estas prácticas de sanación desde un lugar de desesperación, esperando que algo externo resolviera mis problemas.
Más tarde apareció otra terapia, Shantaena, una técnica de sanación pleyadiana... y así seguí, saltando de una práctica a otra, buscando sin encontrar una verdadera estabilidad ni interna ni externa.
Con el tiempo, me di cuenta de que algunas de estas prácticas estaban interferidas de maneras que no comprendía en ese momento. Ya que en lugar de sentirme mejor, mi situación empeoraba; a menudo me sucedían cosas aún más extrañas y me sentía cansada física y mentalmente. Fue un período de confusión, pero también de aprendizaje profundo.
Y en ese momento mi cabeza hizo un clic y empecé a darme cuenta de toda la realidad en la que vivimos. Empecé a entender más o menos la matrix y todo lo que no me encajaba empezó a cobrar sentido. No todo fue luminoso. Hubo días de dudas, de cuestionar si lo que experimentaba era real o fruto de mis miedos. Perdí confianza, me equivoqué con maestros y técnicas, pero también aprendí a escuchar mi intuición. Mi discernimiento interior me salvó de caminos que no eran para mí. Aprendí a integrar, a no desechar lo viejo, sino a rescatar lo valioso de cada experiencia.
Hoy, Chispa de Luz nace de ese proceso real, construido a base de errores y aciertos, y de la certeza de que la espiritualidad no es un refugio, sino una herramienta para vivir con más consciencia.
💫 Si hay algo que quiero transmitir, es esto: no necesitas una revelación perfecta para empezar a transformarte. A veces, la chispa surge del miedo, del roce, y con paciencia y cuidado puede convertirse en una luz que te guía.
Añadir comentario
Comentarios